martes, 25 de marzo de 2014

Pobreza laboral

DAVID PADRÓN MARRERO* | Santa Cruz de Tenerife La peor dimensión de la crisis en España es, sin duda, la relativa a las ideas en el debate político. La escasez de contenidos hace tiempo que se ha apoderado de la política en nuestro país. Con debates vacíos, carentes de argumentos sólidamente fundamentados, los representantes políticos se enzarzan en discusiones carentes de valor y que conducen a ninguna parte. El último debate sobre el estado de la nación no ha sido una excepción. En él las ideas de calado fueron racionadas en dosis homeopáticas, mientras que los eslóganes se repetían incansablemente, a modo de mantra o invocación a los dioses. Entre los eslóganes que con mayor frecuencia emplea el actual partido en el Gobierno, se encuentra uno que reza así: “La mejor política social es la creación de empleo”. Desconozco si la proclama es un recurso para justificar, precisamente, el adelgazamiento al que normalmente someten a las políticas sociales una vez llegan al poder. Lo que sí sé es que, en ocasiones, la peor de las mentiras es una verdad a medias. La afirmación del presidente del Gobierno durante el debate sobre el estado de la nación de que “lo más eficaz contra la pobreza y la desigualdad es la creación de empleo” entra dentro de esa categoría de medias verdades y, además de atentar directamente contra el sentido común, niega la evidencia empírica disponible. Como se sabe, la pobreza es un problema complejo, multidimensional, cuyo estudio no está exento de dificultades y que reclama una aproximación desde diferentes perspectivas. Muy probablemente, si preguntásemos en la calle por la imagen que evoca este concepto, muchas personas lo identificarían con situaciones de miseria, en las que las personas no tienen cubiertas las necesidades más básicas de alimentación, vestido y vivienda. Esta es la situación que caracteriza el día a día de una elevada proporción de personas en los países menos desarrolladas del planeta, y suele ser referida como pobreza absoluta. En los países más desarrollados, sin embargo, la proporción de personas que se encuentra en situación de pobreza absoluta es mínima, por lo que el estudio de la pobreza en estas sociedades reclama un enfoque distinto. En estas economías, el concepto relevante de pobreza es el de pobreza relativa, que sitúa el problema de la pobreza en la sociedad analizada. Desde esta perspectiva, se considera que una persona es pobre cuando se encuentra en una situación de clara desventaja, económica y socialmente, respecto al resto de personas de su entorno. Se trata, por lo tanto, de una concepción de la pobreza muy ligada a la noción de desigualdad (INE 2007). Los trabajos empíricos tradicionalmente mostraban la relevancia que tenía, en los países desarrollados, la participación laboral de los miembros adultos del hogar en la probabilidad de que dicho hogar cayese o no en situación de pobreza relativa. Hasta no hace mucho, y especialmente en Europa occidental, con un Estado del bienestar bastante desarrollado y la defensa de mejores estándares laborales, lo habitual era que la población trabajadora prácticamente no se viese afectada por este tipo de carencias. Esta situación comienza a cambiar de forma notable en los Estados Unidos, ya en el decenio de 1980. Diversos estudios ponen de manifiesto que una fracción creciente de los trabajadores estadounidenses no deja de perder poder adquisitivo y, además, que el hecho de tener un puesto de trabajo ya no garantiza escapar de la pobreza. Es ahora cuando se acuña el concepto de los workingpoor, trabajadores que se empobrecen trabajando. En el decenio de 1980 Durante el decenio de 1980, los países de Europa occidental no vivieron una situación similar, por lo que el acento siguió centrado en la lucha contra el desempleo estructural, principal causante de la pobreza en ellos. Sin embargo, avanzado el decenio de 1990, pero, sobre todo, en el arranque del nuevo siglo, el asunto de los trabajadores pobres empieza a adquirir una creciente relevancia. Su proporción no deja de aumentar, por lo que disponer de un empleo deja de actuar como un seguro suficiente contra el riesgo de pobreza y exclusión social. El progresivo desmantelamiento, en no pocos países, de los mecanismos redistributivos (entre los que incluyo un sistema impositivo eficaz), unido a la precarización del empleo (abuso, en algunos casos, de contratos temporales con una excesiva rotación del trabajador; recurso desmedido a contratos parciales de forma involuntaria; y, por supuesto, bajos salarios), ha abierto nuevas vías de acceso a la pobreza y a situaciones de exclusión social. manifestacion huelga general 29 de marzo en Santa Cruz de TenerifeManifestación de la huelga del 29 de marzo, en Santa Cruz de Tenerife. / S. MÉNDEZ Colectivo de personas activas La pobreza en el colectivo de personas activas (que son las que están en edad de trabajar, cuentan con las capacidades psíquicas y físicas para poder desempeñar una actividad laboral y desean trabajar) no obedece, al menos no siempre (yo diría que casi nunca), a una conducta distraída, poco comprometida con el trabajo. Este es otro eslogan que conviene desterrar. Si, tal y como mantienen algunos, la creación de empleo es la mejor fórmula para combatir la pobreza y luchar contra la desigualdad, ¿cómo explicamos que durante los años de la burbuja inmobiliaria, con un crecimiento económico excepcional, una intensa creación de puestos de trabajo y una reducción de la tasa de paro desde el 24% al entorno del 8%, el porcentaje de personas que vivían en España bajo el umbral de la pobreza (en torno al 20%) no se redujese en nuestro país? ¿O que el porcentaje de personas con un empleo al menos durante seis meses al año que vivían bajo el umbral de la pobreza (aproximadamente el 10,5%) tampoco se lograse reducir en aquellos años? En el contexto actual de crisis económica, a nadie se le escapa que la evolución de esos indicadores no ha hecho más que empeorar: los recortes en servicios públicos básicos, unidos a la fuerte escalada del desempleo, han elevado la tasa de pobreza en España por encima del 22%. Las reducciones salariales, además, han elevado el porcentaje de personas que viven bajo el umbral de la pobreza, entre los que conservan un empleo, al 12,3% en 2012. Al avance de la pobreza, hemos de sumar la creciente desigualdad. Antes de que se iniciase la crisis, en el año 2007, la renta media del 20% de la población con mayores ingresos en España era 5,5 veces más alta que la del 20% de la población con ingresos más bajos. Esta relación pasó a ser de 7,2 veces ya en 2012. España es uno de los países con mayor grado de desigualdad en el reparto de la renta de la Unión Europea. En este contexto, la reforma laboral aprobada por el Gobierno de Rajoy en 2012 no ofrece una lectura muy positiva en términos de la evolución más probable en el futuro inmediato de la pobreza y la desigualdad en España, incluso una vez superemos la crisis. Para aquellos que tengan alguna duda sobre el impacto de esta reforma sobre la cohesión social, no tienen más que consultar las estadísticas de Eurostat desde 2003 en adelante para Alemania. Los partidarios de la alemanización del mercado laboral español se centraban en sus supuestas bondades en términos de flexibilidad interna y capacidad de generación de empleo, especialmente en contextos de crisis. Sin embargo, olvidaron mostrar la otra cara de la moneda: entre 2003 y 2007, antes de que estallase la crisis, y después de emprender un ambicioso programa de reforma (reformas Hartz), su mercado laboral asistió a un claro proceso de dualización, con millones de trabajadores atrapados (de forma involuntaria) en empleos de pocas horas y bajos salarios; la desigualdad salarial aumentó y, con ella, la de las rentas, y luego la tasa de pobreza empeoró, como también lo hizo el porcentaje de empleados viviendo bajo el umbral de la pobreza. Algunos, muy probablemente, se sentirán tentados a responder con otro de los eslóganes al uso en los últimos años: “No existe otra alternativa”. ¡Como si solo existiesen dos estados de la naturaleza posible: desempleo o precariedad! La realidad, afortunadamente, es más rica y compleja que la que plantean aquellos que viven en este mundo de ficción dicotómico, en el que únicamente pueden existir dos situaciones mutuamente excluyentes: la vida o la muerte. Percatarse de este error no requiere de ningún conocimiento fuera de lo común en economía. Es suficiente con observar el mundo que nos rodea, y con reconocer que cada país organiza su mercado laboral de una manera diferente. En suma, que hay muchas formas de vivir la vida, así como de afrontar la muerte. *PROFESOR CONTRATADO Y DOCTOR. DEPARTAMENTO DE ECONOMÍA APLICADA Y MÉTODOS CUANTITATIVOS EN LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA fuenteshttp://www.diariodeavisos.com/2014/03/pobreza-laboral/

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