lunes, 20 de agosto de 2012

Pobreza invisible


La apariencia prevalece sobre la realidad y la nueva pobreza se hace invisible, conviviendo en un mismo espacio, edificio o calle con situaciones estables. Las apariencias engañan y puede suceder que la familia de al lado, aunque no rebusque en las bolsas de basura, deba la comunidad, la hipoteca y la luz porque apenas les alcanza para dar de comer a sus hijos. Tras perder su empleo y dos años de paro, ocultan por vergüenza su nueva situación y mantienen de puertas para fuera el arquetipo de un hogar de clase media con apuros pero esperanzado ante una oportunidad que no acaba de llegar.
Según el informe Exclusión y Desarrollo Social, en 2011 el 21,8% de la población española se encontraba por debajo del umbral de pobreza (7.800 euros al año, en base a la renta media). Las personas que analizan esta nueva situación afirman que, “este concepto se solía vincular a minorías étnicas, inmigrantes, problemas de salud y de adicción. Ahora ha cambiado mucho. La ropa es normal y no hay detalles externos que la señalen. En los barrios de las grandes ciudades se produce esta mezcla heterogénea de gente de muy distintos niveles económicos que conviven juntas”. Cáritas afirma que la pobreza en nuestro país es más extensa, más intensa y más crónica que nunca.
En los años 50 y 60, cuando aún perduraban las heridas políticas y sociales de una terrible guerra civil, se daba un peculiar sentido de clase que empujaba espontáneamente a la ayuda de la matanza o del huerto de los familiares del pueblo, y se fiaba en la tienda de ultramarinos, en la que el propietario apuntaba en papel de estraza lo que le adeudaba la clientela y que, con suerte, cobraría en parte al mes siguiente. Casi todos eran pobres, se compartían lo mismo las penas que las pequeñas alegrías. Era otra época, sin duda mucho peor que esta, pero abierta a un concepto de esperanza, solidaridad y esfuerzo que hemos de recobrar en esta España de nuestro descontento, donde millares de familias viven con mucho menos de lo justo y sufren discretamente en silencio su inmerecida’vergüenza’.

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