martes, 2 de octubre de 2012

Pobreza infantil> Por Juan Manuel Bethencourt

La mañana de ayer arrancaba con un tuit inquietante. Los índices de pobreza infantil en España alcanzan ya niveles escandalosos, el 26,5% de los menores de nuestro país, más de dos millones de niños, 200.000 más que hace un año, según el último informe de Unicef con la colaboración de la Fundación La Caixa (el documento está disponible en la página web en español de la institución internacional dedicada a la infancia). Les confieso que no soy muy proclive a tomar al pie de la letra las proclamas apocalípticas del economista catalán Santiago Niño Becerra, un académico que ha generado marca personal a través de una discutible predicción de la crisis y, sobre todo, de una truculencia descarnada sobre sus consecuencias presentes y futuras. En cualquier caso vivimos en tiempos de letra gruesa en los que, por supuesto, el catastrofismo vende y mucho, de modo que Niño Becerra ha entrado por derecho propio en el santoral de los más seguidos al abordar pensamiento económico en España; total, para no proponer nada sino describir penurias sin cuento. En este caso, no obstante, alude a una circunstancia verídica, ante la que es preciso actuar con algo más que santa (y cómoda) indignación. El economista pone en relación este dato con otro obtenido del Reino Unido, un país que se asemeja más al nuestro de lo que a veces queremos admitir (desde luego mucho más que Alemania, a la que no nos pareceremos más por mucho decirlo). Las cifras españolas de población infantil por debajo del umbral de pobreza, esos 2.200.000 dramas cotidianos delante de nuestros ojos, son aún inferiores a las alcanzadas en Gran Bretaña durante los mandatos de Margaret Thatcher (1979-1990) y John Major (1990-1997), cuando en la breve etapa política precedente, dirigida por el primer ministro laborista Jim Callaghan (1976-1979), tales cifras no pasaron del 10% de la población infantil. Esta circunstancia puede servirnos o no para obtener conclusiones políticas, pero desde luego evidencia dos cosas: primera, que la ausencia de medidas de redistribución de la riqueza tienen consecuencias, y segundo, que el clamoroso incremento de la desigualdad es el asunto clave de nuestros tiempos, porque lo fue ya en la última etapa del boom crediticio y aflora en estos momentos con toda su crudeza. Es así aunque algunos piensen que la austeridad expansiva funciona, que no lo hace y ahí están cifras como las de Unicef para demostrarlo.

Fuentes :http://www.diariodeavisos.com

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