miércoles, 2 de enero de 2013

Arañazo. Así es la vida


Barcelona. Viernes, 14 de diciembre: empiezo el día escuchando seis o siete veces That’s life,en la versión de Sinatra, que la borda: “That’s life/ That’s what all the people say./ You are riding high in april,/ Shot down in may./ But I know I’m gonna change that tune/ When I’m back on top, in june”. (Así es la vida, lo dice todo el mundo:en abril vuelas alto, en mayo te echan abajo. Pero yo voy a cambiar esa pauta, cuando vuelva a lo más alto: en junio). Y me pregunto: ¿Y cuándo será el próximo mes de junio? ¿Dentro de cuatrocientos, de quinientos mil años?... ¿Y qué será eso de estar un día “en lo alto” y al otro “abajo” como si la vida fuera una montaña rusa, o una partida de póker? Según mi experiencia, es más exacto lo que decía con voz gangosa el muñeco de la tele:
—No estoy ni arriba ni abajo: estoy en medio de la escalera.
En fin, canturreando ese swing sinatresco salgo a la calle y con quién dirías que me tropiezo sino con mi querido amigo Capus. Nos echamos a caminar y hablando de esto y lo otro pasamos por la calle de Provença, y ante la portería de Caritas vemos la hilera, interminable, de carritos de la compra, de diferentes colores, a cuál más triste, y por allí rondaban sus dueños, quién fumando, quién hablando, y todos abrumados de preocupación. En vez de mirarles observo a Capus y veo en su rostro un rictus amargo, triste. Le pregunto “y ahora qué te pasa” y me cuenta que es que hace unos minutos, antes de encontrarnos, se ha cruzado con una mendiga anciana:
—Encorvada sobre su bastón, una especie de cayado, avanzaba hacia mí, tendiéndome un tembloroso vaso de plástico para que yo echase dentro una moneda. Parecía que con ella temblaba el mundo entero. Era rumana. O gitana. O gitana rumana. En fin, fuese lo que fuese, el caso es que no le he dado nada. Lo he pensado una fracción de segundo, “¿sí o no?”, pero no, he desviado el paso, he pasado de largo. Y ahora examino ese instante y me pregunto: ¿Pero por qué demonios no? Y he llegado a la conclusión de que varios motivos explican mi indiferencia, que explican mi insensibilidad ante el prójimo desfavorecido.
—Ardo en deseos de conocerlos.
—El primero es que en mi situación cualquier euro del que me desprendo lo puedo echar en falta mañana. Segundo: hay mucha gente que lleva una vida parasitaria, y me niego a sufragar esa holganza. Y tercero: hoy día ha caído en la indigencia tantísima gente que hay que calibrar a quién favoreces, y a quién no. Pero aún así…
Lanza un prolongado suspiro. Le digo:
—“Pero aún así”, ¿qué, Capus? ¿Aún así te sientes culpable?
—Es que sigo “viendo” a la pobre mujer, que… Y yo, quizás…
—Sí, claro: piensas que el hecho desnudo, frío e irrebatible es que te has cruzado con una vieja pobre y sola, y no has querido ayudarla. ¿Verdad?
—Sí… Siento una especie de… ¿cómo decirlo?... Un arañazo en el corazón… Pienso que…
Yo (lo admito) me lo estaba pasando bomba:
—El hecho real es que ese “arañazo” te hace sentir bueno. ¡Extraes un placer filisteo, morboso, masoquista, de la conciencia de no haberte comportado con un poco de generosidad y luego lamentarlo, y todo a coste cero! Y en el fondo has abusado de esa mendiga, destilando de su pobreza un torcido placer moral. ¡Virtualmente te estás comportando como cualquier señorito desalmado o negrero de la antigüedad! Esto es monstruoso, Capus. Entiéndeme: no tu tacañería, sino tu examen de conciencia. Tu arrepentimiento te lleva directamente al perdón de ti mismo, y con el solo gasto de un instante de contrición vuelves a ponerte en sintonía con El Bien! ¡Dios te sonríe! ¡Pero a mí me avergüenzas, me repugnas, querido amigo!
—¡Perdona, Ignacio! —replica, indignado—. Con tus discursitos y cábalas tú también le estás sacando jugo a mi anciana mendiga. La usas como proyectil moral contra mí. Le estás robando su figura casual en la calle, ¡prácticamente la estás violando, y encima sin necesidad siquiera de verla! ¡Muy bonito por tu parte! ¡Es del peor gusto!
Esto me saca de quicio y le escupo:
—Perdona, Capus: ¿No es verdad que cuando la anciana mendiga te encaraba, blandiendo su vaso de plástico tembloroso, suplicándote un céntimo, tú recelabas, temías que quizás ella sea más rica que tú, que es una de esas falsas indigentes que cuando se mueren la policía irrumpe en su casa y encuentra entre montones de basura una fortuna bajo el colchón? ¿Y que precisamente por ese temor a que te timasen un miserable euro has pasado de largo? ¡Admítelo, amigo mío! ¡Eres un filisteo, te has comportado como un miserable!
—Con amigos como tú, ¿quién necesita enemigos? Eres aún más desagradable que Houllebecq. Y por cierto, ¿a qué coño vienen los versos de That’s life al principio de este artículo? No pegan ni con cola.
--¿Pero a que son bonitos?
fuentes http://ccaa.elpais.com

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