lunes, 14 de enero de 2013

Muertos de hambre

El sabor dulzón de las fiestas navideñas ha dejado en segundo plano el drama de un hombre que se quemó en Málaga, a las puertas de un hospital. Un albañil en paro de 57 años, natural de Ceuta, que sacaba unos miserables euros como gorrilla en un solar próximo al Carlos Haya, se prendió fuego porque ya “no tenía ni para comer”. Era el 2 de enero. La noticia aguantó un par de días en las cabeceras de los informativos. El día 4 falleció. Su drama quedó sepultado por la bullanguera avalancha de los regalos de Reyes. Un par de semanas antes, otro drama había sacudido brevemente a la ciudad de Málaga. Dolores García, de 52 años, se suicidó arrojándose de una ventana de su piso. Lola, La cigarrera, como era conocida en su barrio de Los Corazones, iba a ser desahuciada. No podía pagar la hipoteca. Unos días antes, otra mujer, Amaia Egaña, también perdía la vida en Barakaldo, por las mismas razones y de la misma forma. Estas tres muertes no pueden quedar archivadas sin más. El drama que llevó al albañil A.H.A, a Lola y a Amaia al suicidio lo sufren seis millones de españoles que están en paro y/o carecen de recursos. No tienen dinero ni para pagar sus hipotecas. Ni para comer. Casualmente, la noticia de que un hombre se había quemado a lo bonzo compartió honores de primera página con otra diametralmente opuesta: el empresario gallego Amancio Ortega (Zara) ascendía al tercer puesto de los más ricos del mundo, con una fortuna de 43.300 millones. Daba escalofríos leer una noticia detrás de la otra. Saber que la riqueza de esas 40 personas ha crecido en 177.000 millones de euros en un solo año. (La de Ortega, en 16.700 millones). El mismo año en el que los salarios bajaron en España un 5,4%. El patrimonio acumulado por esos 40 hipermillonarios alcanzó 1,4 billones de euros, lo que representa un 50% más que toda la riqueza que generamos los españoles en un año (PIB). Son un puñado de ricachos como esos, junto a unos cientos de altos ejecutivos, financieros y políticos quienes deciden el futuro del resto de la humanidad. Quienes dibujan para cientos de millones de personas un porvenir cada día más oscuro, más triste, más desolador. Consecuencia: paro masivo. Los últimos datos del Inem (4,8 millones de parados, de ellos 1,08 en Andalucía), se quedan cortos con las más recientes previsiones de Eurostat: 6,16 millones, el 26,6% de la población y nada menos que un 57,6% entre los jóvenes menores de 25 años. Se veía venir. Al cumplirse el primer año del Gobierno Rajoy, se ha cumplido la predicción que hizo en marzo pasado Jean Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, al ministro Luis de Guindos: con la reforma laboral habría en España “más paro y más pobreza”. Y más hambre. Así lo muestra otro dato arrojado al olvido en estas fiestas navideñas: durante tres meses seguidos ha bajado la compra de comida de las familias españolas. Por el paro, el IVA y la bajada de salarios. ¿Qué hacer? “Ya solo me queda robar”, decía desolado en estas páginas Blas Monsalve, otro joven parado de Úbeda. El parado ceutí eligió una salida mucho más traumática. Morir a lo bonzo. Una muerte que recuerda la del joven tunecino Mohamed Buazizi, acaecida hace poco más de dos años. Buazizi tenía 26 años. Era informático y estaba en paro. Como el albañil, se ganaba unos dinares realizando una actividad ilegal: vendía fruta por las calles. Un policía lo molió a palos. Buazizi, en un acto de rabia y desesperación, se prendió fuego. Su muerte levantó al pueblo tunecino. Las calles ardieron y el dictador Ben Alí fue derrocado. La muerte de A.H.A, de Lola, de Amaia, debería encender la llama de la indignación en las calles de este país al que unos mercados sin entrañas están condenando al paro y a la pobreza. A morir, poco a poco, de hambre. Y de rabia. @JRomanOrozco fuenteshttp://ccaa.elpais.com

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