domingo, 3 de marzo de 2013

España, pobreza crónica


Describe Berger, en su libro sobre Picasso, la España de la juventud del pintor, la de principios del XX. Se le escapan también algunasapreciaciones estructurales que se corresponden con una especie de presente intemporalen el que, al menos desde la perspectiva de la fecha en que se escribe el texto, principios de los 60 de la centuria pasada, estamos sumergidos en plan día de la marmota.
Así, España es un país que son varias Españas, aunque todas ellas tienen en común una sociedad medianamente esquizofrénica, a saber, la feudal y la prefeudal. Caciques, terratenientes y señoritos de todo pelaje, con una población descivilizada, por un lado, y nostalgia popular de una comunidad ancestral en que el sistema de propiedad y los usos y costumbres derivaban de la organización de clan. La clase media, por nombrarla de algún modo, nació en el siglo XVI de la burocracia que administraba las colonias y las instituciones (Inquisición), y ahí se quedó per secula, sin desarrollo de ningún tipo. Berger lo llama el "potro de tormento histórico" de los españoles. Una calcificación de la conciencia colectiva que ha sobrevivido a cualquier intento de regeneración o de progreso.
Los resultados de semejante atavismo son variados. La contribución española a la cultura europea se limita a la pintura y a la literatura, a desdén de la filosofía y de la ciencia. La subordinación de los grupos emprendedores a un Estado de corte absolutista desarmó su capacidad de iniciativa y de innovación, por lo que su curiosidad científica no tenía razón de ser. La política se desvirtuó, pues la pugna entre clases y las negociaciones, contratos sociales y desafíos que implica carecían de utilidad y estaban lejos de lo que se necesitaba hacer para vivir. El movimiento político moderno, típicamente español, fue el anarquismo, en la modalidad Bakunin: los cambios sociales han de producirse de forma violenta, casi espontáneamente, con ribetes mágicos. Los procesos quedan fuera. (Lema picassiano: "Un cuadro en suma es una destrucción"). Los individuos reclaman una libertad personal, pasional, pero sin punto de contacto con nada parecido a una exigencia civil, que en otros países adquirió tintes revolucionarios. En conclusión: unas clases dirigentes que no crearon nada y un país sumido en una pobreza crónica, seña de identidad.
Una discrepancia y dos cuestiones inevitables. La discrepancia: el Estado moderno es un invento español y su contribución a la cultura europea queda fuera de discusión. Las cuestiones: interrogarse por si algo ha cambiado desde los años 60 para acá, y por si la violencia española, aun siendo per causa sua, es un hecho diferencial en un continente que se procuró dos guerras mundiales y decenas de millones de muertos. Por preguntar algo.
PS. Citas: "A un español no le asusta la pobreza". "A fin de cuentas, aun cuando cada español difiera de los otros, todo español es español".
fuentes http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/escorpion/2013/02/27/

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