jueves, 1 de noviembre de 2012

El rostro de la pobreza


LUIS M. ALONSO Se considera en el exterior una novedad que España, el país que supuestamente tan bien iba y tanto crecía económicamente, haya caído tan bajo. Y toda novedad es noticia. Por eso, al «New York Times» le ha dado por hurgar en el basurero y Javier Bardem, un actor que frecuentemente encarna villanos y personajes siniestros, ha declarado que desde fuera España mete miedo. También algo de aversión, por lo que los dos candidatos a la Presidencia de Estados Unidos se han acordado de ella al ponerla como ejemplo de lo que no se debe hacer.

Bardem dice, supongo yo, refiriéndose a los americanos, que la gente quiere saber cómo son los rostros de los que sufren. Existe una curiosidad morbosa por el sufrimiento. Hay quienes la ven como un gesto de condescendencia o conmiseración de los ricos hacia los pobres, del Primer al Tercer Mundo. Es algo muy viejo y conocido, que a veces se traduce en hechos: para probarlo ahí están los tés de beneficencia y las colectas. No sólo en Estados Unidos existe ese placer por desnudar el rostro de la pobreza. Es algo característico de Occidente.

Las palabras del Rey reconociendo que lo que se vive en este país es para llorar mueven a la desesperación. Gracias a ellas, se puede entender por qué después de haber visitado el 620 de la Octava Avenida la «Dama Gris» eligió para su portada la foto aquella del hombre revolviendo en el contenedor de basura.

El rostro de la pobreza que enarbola España no deja, sin embargo, de ser universal. Dense una vuelta por ahí y lo comprobarán. Probablemente, a algún neoyorquino le haya marcado como estereotipo la imagen del españolito en Manhattan pidiendo dos de cada como signo de opulencia, pero antes de que todo esto ocurriera y nos viéramos envueltos en la socialización de las pérdidas ya habíamos sido un pueblo pobre pero honrado. Probablemente mucho mejor sin tanto hortera y nuevo rico. Aunque no sé si en el instinto de supervivencia de los que antes fueron pobres permanece la costumbre gurkha del cuchillo entre los dientes, que arenga el Rey. Puede que no.

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