miércoles, 7 de noviembre de 2012

Una dentadura es todo un lujo para los castigados pensionistas catalanes


Lo más conmovedor que se pudo leer esta madrugada en las páginas on line de un aristocrático periódico de Cataluña, es el testimonio de una mujer mayor cuya pensión no contributiva no le permite arreglarse la dentadura. --Al límite de la pobreza--
Entre aparentes titulares que divagan sobre cuál de sus caminos inescrutables elegirá Dios, el republicano o el demócrata, para bendecir América: God Bless America, reflexiones sobre cruzadas intelectuales antisoberanistas, vídeos de Ciudadans con el himno nacional de música de fondo y letra de Sabina recitada por Albert Boadella, Javier Nat o Arcadi Espada, artículos al contraataque de Miguel Roca (¡Qué error!), saliéndose por la tangente del agravio comparativo del proceso de independencia de Argelia, abrazos del oso de Esquerra Republicana al Honorable Mas y demás partes de "guerra fría" entre España y España, juntas en los bueno y en lo malo, en la salud y la enfermedad, en las penas y las alegrías, hasta que otra Constitución las separe, el periódico de "sangre azul" de la ciudad condal hace una obligada parada y fonda mediática en la pobreza.
¡Bons dies pobresa!
Era inevitable. Artur Mas abrió la caja de Pandora del independentismo y los fuegos artificiales cruzados deslumbraron a la opinión pública y la opinión publicada.
Pero sólo era cuestión de tiempo reparar en la Cataluña de carne y hueso, en sus 800 mil parados, en cada uno de cinco catalanes que vive por debajo del límite de la dignidad humana, en los diez Camp Nous que se podrían llenar con excluidos sociales, según portavoces cualificados de ONGs.
Era cuestión de tiempo que, entre la Cataluña de estómagos llenos que puede permitirse el lujo de darle los buenos días a la independencia, emergiese esa otra Cataluña que guarda el silencio de los corderos y reserva sus escasas energías para susurrar cada mañana: ¡bons dies pobresa!
Ni soberanistas ni jacobinos, ni españoles centrífugos ni españoles centrípetos, hemos tenido suficiente inteligencia emocional como para aparcar agravios históricos distorsionados, frívolos tópicos que rayan el ridículo, egocentrismos intelectuales, rebeliones de masas como pollos sin cabeza y piromanías de ida y vuelta, de palabra, de obra, por escrito, echándonos los unos a los otros, los otros a los unos, gasolina al fuego, en una patética reproducción del profético e imperecedero "duelo a garrotazos" de Goya.
Soberanías oficiales; soberanías domésticas
¡Menudo espectáculo le estamos dando al mundo! Los estómagos llenos españoles, bañados por el Atlántico, por el Manzanares o por el Mediterráneo, nos hemos puesto a jugar a la guerra de Gila por la soberanía teórica, mientras millones de estómagos vacíos mantienen una guerra trascendente, diaria e inaplazable por un techo, por un plato de comida, por la soberanía cotidiana que tienen que ceder todos los días a una encomiable organización no gubernamental.
¿De verdad no nos da vergüenza? ¿Se han perdido en la España centrípeta y en la España centrífuga los criterios de prioridades? ¿Desde las ventanas de La Moncloa y del Palau de la Generalitat, no se divisan los paisajes desolados y desoladores de todas las Españas en las que, decenas de miles de andaluces, de vascos, de gallegos, de extremeños, de catalanes, de valencianos, suspiran por las trascendentes y fundamentales soberanías de sus hogares?
Un Artur Mas histérico, una clase política, intelectual, cultural, mediática catalana ha entrado en pánico porque Cataluña y Barcelona han dejado de ser bonas a medida que sus bolsas ya no sonan.
Y el resto de España, la política, la intelectual, la cultural, la mediática, ha entrado al trapo como un miura que le puede permitir al Honorable Presidente, en su faena política de toreo de salón, cortar las dos orejas y quizá el rabo en la corrida electoral del 25 de noviembre.
Cuando la angustia de la palabra "menos" convierte en insignificante la palabra Mas
Para unos miles de políticos, de columnistas, de tertulianos, de intelectuales, de polemistas profesionales, de ultra sur y boixos nois, es posible que en sus estómagos llenos resuenen tambores de guerra.
Pero en decenas de millones de estómagos vacíos y esperanzas marchitas (catalanes incluidos), sólo anuncian una guerra que no es la suya.
No pueden permitirse el lujo de que les preocupe la palabra Mas, mientras la palabra menos sea la pesadilla que les despierta por las noches. Sólo sueñan con una mañana en la puedan despertarse, servirse un café con leche y unas tostadas y no tener que saludar al nuevo día repitiendo la exclamación habitual: ¡Buenos días, pobreza!

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